domingo, 11 de febrero de 2007

¿Bon Voyage?




16/11/06





¡Paris!.
Mi gran experiencia en París comenzó por decidir tomar un bus. La tentadora cifra de 35 euros y mi decisión de última hora, influyeron mucho. Ocho horas de viaje Amsterdam – Paris, en mi aventurero viaje no suena terrible. Eurolines en Internet luce bien, y ya quiero comenzar mi recorrido sola, sin tutores. El bus es tan estrecho como los asientos de avión, y el baño más pequeño y más sucio. Jóvenes extranjeros, como yo, –siendo yo realmente más lo segundo que lo primero- han optado por este aventurero viaje.
Después de cuatro horas de viaje y una parada en Maastricht para cenar, retomamos el camino. En las paradas puedes tomar café, comer algo, fumar de todo o preferir -como yo- el famoso chocomel por 1.30. El sándwich preparado por mi amigo Raoul acompaña mi bebida y me apuro para no perder el bus. Puedo disfrutar la vista de la hermosa ciudad y veo cuánto se parece a Amsterdam. Aquí, además del idioma holandés, puedes escuchar inglés, francés y Alemàn, por ser Maastricht una ciudad multilingue situada en un apequeña franja entre Bélgica y Alemania. Me disfruto la vista desde la gran ventana del bus, desde la cual puedo ver incluso “Ciudad de Dios”, en el laptop de la chica de en frente. Los chicos de la izquierda, de aspecto inglés, disfrutan por su parte de un tema cómico que ocasionalmente puedo ver a través de la pantalla, y puedo escuchar el audio de alguien más adelante. La pequeña niña oriunda de las antillas Holandesas, que hasta hace poco movía mi silla, corre ahora por el pasillo, y yo?... yo escribo estas líneas y me dispongo a practicar mi escaso francés con mi libro guía, y de vez en cuando a través del vidrio miro a Z pequeño matar a otros tantos… y se me ocurre, sería bueno conocer Brasil, Perú, México…
El ruido de una sirena me trae del sueño y pude apreciar una hermosa catedral de la ciudad de Lille, !ya estamos en Francia!. Más personas han subido al bus y ahora el idioma francés se une al ambiente. La película de turno en el bus es de Chuck Norris, (vieja, por supuesto) acerca de la DEA, cocaína, y ¿adivinen de dónde era el malo de la película?, si, lo que están pensando…Mucha sangre ahora en la gran pantalla, y como siempre los “buenos” ganan; pero la mejor película se desarrolla en la silla de enfrente: Un francés de piel negra y hermoso rostro, inicia en inglés una charla con una joven española, y pregunta entonces sobre las expresiones españolas y se entera qué quiso decir alguna amiga suya con que solo quería un “rollo” con él, y ella trata de explicárselo extensamente, pero no sé si el entendió, y ahora tratan de hablar en español, y el entiende menos, pero sigue igual de animado… y entonces todos nos enteramos que él es periodista, que vive en Bélgica pero va a visitar a su novia en París, y también sabemos que ella está estudiando en Utrecht, pero aún no sabe Holandés y va a visitar un amigo en París, para conocer juntos Francia. Y entonces comenzaron a hablar de sus amigos o parejas, y de lo que piensan sobre el sexo y cómo les gusta, y que iban a hacer cuando llegaran a París…
El chico Francés tiene que ir al baño. ¿Algo relacionado con la conversación? Quizás. Es joven y sus hormonas deben estar fluyendo rápidamente por su sangre ahora. Y al regresar, !Oh, sorpresa!, nuestra acompañante de 3 años está en su silla, jugando con su posible conquista. ¿Qué hacer?, esperar. Impaciente pero amable queda de pie a su lado, mientras las dos chicas juegan con el celular. Parece que nuestra española ha perdido interés o se le ha olvidado la temperatura de la conversación, porque ella ríe encantada, mientras él espera. La madre de la niña no se inmuta, así que socorro su dignidad de hombre y el ofrezco el asiento de al lado. Tristemente acepta, y comienza a hacer lo propio con su celular, haciendo tiempo…
El viaje se retrasó 1 hora por las 7 estaciones que hizo el bus, en las cuales demoró demasiado, y el último metro en la estación Defense parte en media hora, y sin las indicaciones exactas acerca de qué ruta tomar (porque mi amigo quedó en buscarme), decido esperarlo. Me despido del francés y la española, y me entero que la estación de metro va a ser cerrada, mi amigo no pudo recogerme y tengo que decidirme entre tomar un taxi que puede costar 80 euros, o quedarme en la estación a esperar el primer metro. La primera sensación es de negación:

-¡¡¡Hijueputa esta vaina no puede estar pasando!, que hago, que hagooo?!!-.

Llamar, ¿con qué?, de nada sirven las monedas, en París los teléfonos públicos son con tarjeta. ¿Dónde comprarla?, no way, no hay dónde. Están cerrando la estación y sacando a los pocos que quedamos dentro de ella.
¿Y ahora?, ok, mejor taxi. Cruzo la calle y espero unos eternos minutos, sin conseguirlo. No hay. Vuelvo cerca de las cabinas telefónicas y escucho el melodioso lenguaje español, con acento mejicano, de un joven que si tiene tarjeta, !bien!, otra opción, comprársela, y entonces escucho que no, que la necesito, que no tengo dinero, que debo viajar a Holanda, que perdí el bus, que….
Vuelvo a intentar el taxi, 10 minutos, sin resultado. Regreso resignada a negociar con el mejicano, y entonces puedo llamar a mi amigo, y escucho lo que ya temía: debo esperar el primer metrom y además me dice:

-“No te preocupes, París es seguro”-.

¿Seguro?. No se puede tener sensación de seguridad con lo que no se conoce. Seguro para mí viajar en cuatro ruedas por el centro y Sur de Bolívar, pero ¿París?...
Comienzan a merodear seres extraños, de otro mundo. Se acercan peligrosamente, y la intuición animal me dice que mejor me quedo cerca del mejicano. De dos males el menos grave. ¿Y qué decirles de mi nuevo amigo?, que nació en un pequeño pueblo de Méjico pero que ha vivido toda su vida entre Florida y Cancún, que tiene identificación falsa y que logró entrar a Europa sin visa, que tiene antecedentes en EEUU por tráfico de drogas y que se vino detrás de una Holandesa con la que vivió en Cancún un año, la cual no sabe que él está en Europa. Que espera entrar a Holanda y conseguir trabajo, o al menos que lo mantenga el gobierno en calidad de indigente. ¿Película mejicana?, parece que no. Su rostro cansado revela más mundo que ventitantos años, los que debe tener desde que nació, y aunque consciente de las consecuencias de sus actos, no se arrepiente de nada…
La noche fue eterna: escuchando historias fantásticas contadas a lo charro, sentados en la calle, en una silla de metal, cuidándonos de los extraños y de nosotros mismos; sin dormir, compartiendo experiencias, medio sándwich, una mandarina, el chocolate que era de mi amigo, y agua. Y cuando me estaba venciendo el sueño, el mejicano me aconseja que mejor no me duerma, que el había escuchado que las personas que se duermen pueden despertar con su vida convertida en una pesadilla:

-¿Qúe pasa, las violan, las roban?-

-No, les quitan un riñón, medio hígado u otro órgano, y las dejan tiradas por ahí, vivas y mal remendadas...

El frío es indescriptible, no deseamos saber la hora, no deseamos saber cuánto falta. Por fin, abren la estación, y podemos refugiarnos en el pasillo del metro, -que huele a orinal público-, sentados frente a un aviso de un hombre flaco y de gesto gracioso que decía Borat (el estreno de una comedia francesa) y compartimos la última mandarina con un Ruso, que de inglés o español no hablaba ni papa, pero teníamos en común esta noche la misma suerte.

Así que como pueden leer, París me parió sin anestesia y sin madre en una fría madrugada de invierno, en una estación de metro.
Allí nací de nuevo, con una nueva dimensión de la vida, de las cosas.

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